Análisis fílmico: La guerra de los botones


Educa bien al hijo para no tener que castigar al hombre

Por: Kike Gómez

La Guerra de los Botones de Christophe Barratier

Christophe Barratier es el director del remake de «la Guerra de los botones» de 1962, ambas basadas en la obra homónima del también francés Louis Peraud. A diferencia de la novela, el film se centra en la Francia ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial mientras que la obra de Peraud es más decimonónica.

Esta época de finales de los años treinta y comienzo de los cuarenta del siglo pasado -plena guerra mundial-, está retratada en el film por la difícil y tortuosa vida de los habitantes de un pueblo obligados a guardar las apariencias por el miedo a las represalias de la policía, controlada por los Nazis; mientras que paralelamente los chicos de dos pueblos vecinos empiezan otra guerra -de los botones-, un poco más simpática, que poco a poco va cobrando tintes más grotescos. Todo el mundo es sospechoso, todo el mundo tiene algo que ocultar… todos, incluso los niños. Y es ahí donde está el juego principal de la película de Barratier. Todos los personajes se desdoblan en su vida infantil y su vida adulta. Cada uno de los adultos tiene su alter ego del futuro en los niños que protagonizarán la guerra de los botones -paralelismo con la guerra «de verdad»-. La película se basa de principio a fin en ese juego de identidades que nos conduce a una conclusión acentuada por el rol de otro de los caracteres principales: el del profesor. Éste trata de procurar por todos los medios, la mejor educación de los que en un futuro, no muy lejano, serán personas adultas que podrán también portar un fusil para uno u otro bando o transformar el mundo en un lugar más habitable. Quizá su afanoso empeño con esos niños, está influenciado por la frustración de no haber podido hacerlo mejor con el personaje que encarna la crueldad de la policía fascista.

Con ésta película el director no está haciendo otra cosa más que remarcar la poca importancia que el mundo adulto le da al de los niños; siendo este una extensión del primero. Todo lo que sucede en edad temprana se reflejará más adelante.  Los niños son el futuro pero a la vez el presente. Es curioso que sea precisamente un niño el que desenmascare las falsas apariencias de los adultos. Ese niño vilipendiado por sus compañeros que no le consideran como un igual y que no son capaces de apreciar las peculiaridades que le hacen diferente, provoca que se convierta en un ser malvado movido por la venganza.

Es resaltable que entre las parejas simbióticas de la película que se muestra en la narración -Laetitia Casta y su protegida y ell líder de los chicos de Longeverne, Lebrac, y su padre-, sólo tenga un cierto equilibrio emocional la de las dos mujeres. El secreto, nos dice el director a través de las imágenes, reside en la relación de mutua confianza entre ellas, una relación de igual a igual de la que  carecen  los hombres.  Un ejemplo es la escena en la que Laetictia, cuando encuentra a su sobrina con su nuevo novio escondido en la casa, tras un amago de enfado, se empieza a reír de forma cómplice, como una colegiala, con esa niña con la que convive y que apenas tendrá los doce años. Mientras, para Lebrac –líder de los alumnos de Longevene-, esu vida está traumatizada por la hermeticidad con la que le trata su padre, al que considera un cobarde por no tomar partido en la guerra. El adulto, en la primera parte de la película parece ser el niño, hasta que a mitad del metraje, da un giro al enteramos de que el padre de Lebrac es el líder de los milicianos que actúan en la zona contra los nazis. Como apunte, quedará un importante interrogante, ya que entre esos milicianos, sabremos que se encuentra un tal Pitágoras. En ese momento de revelación, Lebrac está escondido y consigue enterarse de todo, por lo que al fin la verdad sale a la luz y el muchacho comprende. Al día siguiente la relación se destensa y aflora ese sentimiento de admiración por su padre que tanto había reclamado.

Pero es al final del film cuando el mensaje del autor sale a relucir en todo su explendor, dándonos la clave de todo ese mundo que hemos transitado en los algo más de cien minutos que dura la película. Quien se esconde detrás del seudónimo de Pítagoras no es otro que el profesor, quién ha estado tratando de transmitir a sus alumnos el conocimiento y el saber griego y romano. Es Pitágoras ,quien allá por el siglo V a.C, dijo aquello de educad bien a los niños para no tener que castigar a los hombres. Se puede decir más alto pero no más claro.

«La guerra de los botones», aparte de ese mensaje filosófico más o menos evidente, nos trasporta a una época gris, pero de la que no podremos sino sentir sana nostalgia por culpa de los maravillosos escenarios que nos muestra: paisajes de ensueño, casas llenas de artilugios … además de las típicas estampas de las fachadas de las tiendas parisinas mil veces fotografiadas por Cartier-Bresson o Robert Doisneau.

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