Sin apenas tiempo para evaluar los logros alcanzados sobre lo propuesto hace quince años en los Objetivos del Milenio, la Asamblea General de la ONU abrió el pasado mes de septiembre (2015) una nueva agenda con nuevos y buenos propósitos acerca de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que se han de cumplir durante los siguientes tres lustros.
17 Objetivos y 169 metas de carácter integrado e indivisible que abarcan las esferas económica, social y ambiental. Un compromiso común y universal entre cuyos puntos están, además de poner fin a la pobreza en el mundo, erradicar el hambre y lograr la seguridad alimentaria; garantizar una vida sana y una educación de calidad; lograr la igualdad de género; asegurar el acceso al agua y la energía; promover el crecimiento económico sostenido; adoptar medidas urgentes contra el cambio climático; promover la paz y facilitar el acceso a la justicia.
Durante los días 20 y 21 de abril de este 2016 se han desarrollado en Vitoria-Gasteiz las jornadas internacionales: “Un nuevo horizonte común: la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Un seminario abierto a todo el público interesado en conocer el trabajo realizado en el proceso de construcción de la Agenda 2030, así como los retos y los mecanismos para su implementación y seguimiento.
Ya tras la primera de las intervenciones –a cargo de Magdy Martínez-Solimán, Administrador Adjunto del PNUD–, se pudo intuir que el seminario iba a ser un debate ampliado de lo que, probablemente, se propuso y discutió durante la creación de la Agenda 2030. Un debate multicultural y multisectorial, dentro de la cooperación internacional, en el que, si bien, existen puntos de confluencia, hay otros en los que todavía se producen fricciones que dejan con un sabor agridulce a todos los asistentes a las jornadas.
Magdy Martínez inició su ponencia tratando de crear un contexto general sobre el tema a tratar. Y lo hizo abordando uno de los puntos con los que todos los conferenciantes estaban de acuerdo: La universalidad de la agenda. Sí, se ha producido una mejora en la redacción de los objetivos descritos en la agenda del año 2000 con respecto a los nuevos, del año pasado. Uno de los ejemplos a los que se refirió era que ya no se habla de “reducir la pobreza” o “erradicar la pobreza extrema”, sino que se habla de “erradicar la pobreza por completo”. El administrador adjunto del PNUD reseñó también que la agenda es “indivisible” y no se debe categorizar porque “todos somos uno”, refiriéndose a los nuevos y altos índices de pobreza en países desarrollados. “La agenda se dirige al corazón de un modelo de desarrollo insostenible”, apuntó.
A este respecto, en el que la universalidad parece que borra fronteras, Javier Surasky, miembro de Together 2030, quiso aclarar, en la medida de lo posible, el concepto de “Sur”. “¿Qué es el sur?”, preguntaba a los asistentes, para responder de inmediato que “sur son todos aquellos países que, históricamente, no han tenido capacidad para definir las variables y establecer las normas sobre el orden global del mundo”.
Una vez aclarado el término, trazó su marco particular sobre los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible, afirmando que es necesario un contexto mucho mayor del que ofrece la Agenda 2030, ya que dentro de la misma agenda se confunden los objetivos con lo fundamental, que son los principios –No dejar a nadie atrás; Responsabilidad común pero diferenciada; Universalidad e interdependencia–.
Para Ana Inés Abelenda, de AWID, esta agenda es “la base sobre la que construir algo mucho más ambicioso”. El problema recae en la condición de voluntaria, porque provoca que llevarla a cabo dependa de los estados. Abelenda se mostró insatisfecha por esa “falta de ambición” y “ceguera” del proyecto, afirmando que se trata de “una oportunidad perdida para atacar las verdaderas causas de la pobreza”.
“Habría que buscar perchas donde colgar la obligatoriedad que ahora no tiene la agenda”, indicaba Daptnhe Cuevas, durante su intervención. Cuevas, miembro del grupo principal de Mujeres de NNUU, manifestó la importancia de comprometer agendas difíciles y ambiciosas para luego poder presionar con ellas y poder llegar a hacer efectiva la implementación que es “la tarea más difícil”.
En este punto, Javier Surasky se refirió a la difícil situación y organización entre los dos tipos de agendas que existen: Las de largo plazo, como puede ser la Agenda 2030, y las agendas de emergencia. Ambas poseen una única financiación que se han de repartir. Pero, “si se acomete una emergencia, la agenda a largo plazo ya no se va a poder cumplir. Si se acomete la agenda a largo plazo, no se llegan a las emergencias”, explicó.
En ese tema, el de la financiación, llegó el punto de mayor fricción entre los ponentes. Magdy Martínez-Solimán, defendió la intervención de capital e inversiones privadas como método para encontrar medios económicos que ayuden a la implementación de los objetivos de la agenda. Y es que solo contempla dos opciones: “o se retrasa la implementación o se recurre a la empresa privada como responsabilidad compartida, entre ellas y los gobiernos”, comentó. Su argumentación también incluía la posibilidad de que en un escenario futuro, los bancos de los países BRICS, jueguen una baza importante en la ayuda al desarrollo al tener, ahora mismo, un exceso de liquidez al que tendrán que dar salida en algún momento.
Sin embargo, para Ana Inés Abelenda la excesiva dependencia de la inversión privada no tiene que ver con la falta de fondos, sino, más bien, con “la dificultad de los estados de manejar dinero público”. A este respecto hizo referencia a los Papeles de Panamá y a la pregunta de si, en realidad, ¿existe una gran connivencia global para expoliar a los países más vulnerables?
Leida Rijnhout, miembro del European Enviromental Bureau (EEB), apoyaba la tesis de Abelenda, argumentando que no se trata de una cuestión de dinero. Es una cuestión política de redistribución. “No es necesario para nada el sector privado. Ellos solo quieren ganar dinero”, dijo, antes de añadir que: “las empresas solo deben preocuparse de pagar impuestos y seguir las reglas”.
Dentro de este debate, que también incluyó la variable medioambiental, hubo un punto en el que todos los ponentes estuvieron de acuerdo: lo crucial de la presión social en los próximos años.
Ana Inés Abelenda dejaba claro que esa presión depende del espacio Nacional y Local, haciendo distinciones entre lo que se puede llegar a hacer en Europa o en países como Siria. Magdy Solimán ve también dificultades en los países de renta media, como México, donde los esfuerzos centrados en la seguridad ciudadana se comen al resto de preocupaciones. Por otro lado, Surasky ve peligro en el acomodamiento en los dos terrenos –Norte y sur–, a pesar de la escasa ayuda que se presta en estos momentos. Pero, aún con todo eso, Leida Rijnhout siente que el optimismo es una obligación.
“Las agendas se crean por la movilización social. Si la pobreza desaparece, será por la presión social. Los entes públicos encontrarán la forma”, afrimó Solimán.
“El cambio no se espera de la filantropía, ni de los estados, ni de la empresa privada. Se espera de la Sociedad Civil”, argumentó Surasky.
“Sí, la Agenda 2030 no es más que un trozo de papel, pero es un papel que sirve como referencia para la Sociedad Civil y para cualquier organización sensible a los Derechos Humanos”, expuso Ana Inés Abelenda.